Vuelvo a contarles algunos testimonios de mis salidas y conferencias, porque ya sé que estos relatos personales les gustan mucho. No son experiencias extraordinarias, pero sí momentos especiales que me dejaron una enseñanza, una emoción o una confirmación de que vale la pena seguir sembrando la Palabra, tanto en los grandes auditorios como en los lugares pequeños. A veces uno vuelve de estos encuentros con el corazón lleno, no por lo que uno dijo, sino por lo que Dios hizo a través de todo. Acá les comparto tres casos que atesoro con gratitud.
Una iglesia que jamás olvidaré es la del pastor Jorge Ledesma, en Resistencia, Chaco. Con Hilda fuimos invitados a dar un seminario de un día entero para matrimonios. ¡Y asistieron 2.500 parejas! ¡Sí, 5.000 personas!
Recuerdo el alboroto —bendito alboroto— que se armó cuando propusimos separar al auditorio en dos: los hombres con Hilda, y las mujeres conmigo. Lo hacemos siempre así, porque ¿quién mejor que una mujer para decirles a los hombres qué las enamora… y qué las irrita? Y lo mismo de mi parte para con las damas. Aquella fue una jornada extraordinaria, de esas que dejan huella.
“Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; estaremos alegres.”Salmo 126:3
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CASO 2 — Santa Fe: el valor de lo pequeño.
En contraste, otra experiencia que me marcó fue en una iglesia rural del interior de Santa Fe. Allí nunca había predicado alguien de Buenos Aires. ¿Por qué digo “en contraste”? Porque era una iglesia… ¡de diez miembros! Aquel día especial, cada uno llevó un visitante, así que, sin contar al pastor, fueron veinte personas. Ya me habían advertido que eran poquitos, pero decidí ir igual. Y no me arrepentí.
Vivimos una jornada intensa, plena de la presencia del Señor. Porque, al fin de cuentas, ¿quién dijo que Dios solo se manifiesta en eventos multitudinarios? Él no mide por cantidad, sino por sinceridad.
“Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” Mateo 18:20
CASO 3 — Ciudad de Corrientes: Dios en medio de ellos.
Esto fue un privilegio. Fui invitado como orador a un encuentro mensual en la ciudad de Corrientes que reúne a políticos, empresarios y profesionales. La mayoría no era gente de iglesia, pero eran hombres con inquietudes espirituales. Hablé con libertad sobre la decadencia moral de nuestra Argentina y lo que Dios indica que debemos hacer como nación.
En un momento de mi exposición, sencillamente de paso, elogié el acto de perdonar. Un señor, que luego supe que era un abogado constitucionalista, me interrumpió y dijo: “Perdone que lo interrumpa señor Laffitte. Yo desearía hacer lo que Dios manda: perdonar. Por eso, le pido a un amigo que está presente, y con quien llevo una dura disputa judicial desde hace tres años, que se ponga de pie. Deseo acercarme y darle un abrazo sincero”.
El otro hombre —un ex ministro de economía— se levantó, y ambos se fundieron en un abrazo largo, emocionado, lleno de verdad. Se generó una atmósfera de respeto y asombro. Otro abogado, ubicado justo frente a mí, con los ojos llenos de lágrimas, se paró y dijo con voz temblorosa: “Queridos amigos… ¡Dios está en este lugar!”
“Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía.” — Salmo 133:1
Como si esto fuera poco, el presidente de la Cámara de Diputados me invitó luego a su despacho. Compartimos un café, hablamos del mensaje que di momentos antes, me hizo un obsequio y me propuso repetir esa misma conferencia ante todos los diputados y sus asesores. Aquello, que no estaba en los planes, se concretó dos semanas después. Inesperado y maravilloso. (Me encantaría hacerles llegar ese discurso ofrecido en la Cámara de Diputados)
“Dios abre puertas que nadie puede cerrar.”— Apocalipsis 3:8 (paráfrasis).
Ya hace tiempo que me he dado cuenta de algo que valoro profundamente: a ustedes les gusta que les comparta episodios personales. Historias reales, vividas, donde la fe se mezcla con lo cotidiano. Prometo seguir contándoles más momentos así.
Porque nuestra fe no es teoría… ¡es vida vivida con Dios!