Esto, cada vez que intentaba testificar a sus compañeros de equipo, se le levantaba como una gran traba. Sus compañeros le decían en la cara: "¿De qué cambio de vida nos hablas, si sigues tan descontrolado como cuando no eras cristiano?"

Una conciencia sucia nos tapa la boca. Nos anula en la tarea de evangelizar. Es verdad aquel viejo refrán que reza: "Tus hechos hablan tan fuerte que no puedo escuchar lo que dices."
Muchos, una vez convertidos, quisieran ganar a otros para Cristo. Pero saben que están invalidados porque tienen una conciencia impura. Sus familiares, amigos, compañeros de trabajo o de estudio saben de su conducta inapropiada. Nunca han pedido perdón por la ofensa y, por ende, sufren de una conciencia sucia. Eso los priva de tener la dicha de poder hablar al vecino de Cristo o invitar a la iglesia a un compañero de trabajo.
La gente se da cuenta con mucha facilidad cuando la forma de vivir está divorciada del testimonio. El cristiano que realmente impacta a quienes lo rodean es el que vive lo que dice creer.

Por eso, si sabemos que nuestra conciencia está contaminada por algún altercado con alguien, debemos corregir sin pérdida de tiempo esa situación. Entonces sí podremos volver a testificar. "Ponte de acuerdo con tu adversario pronto" (Mateo 5:25).
Si conocemos que algo en nuestra forma de vivir es desagradable a los ojos de Dios, debemos dejarlo, debemos arrepentirnos delante de Dios y de los que nos rodean y abandonar esa práctica. Nuestra conciencia volverá a estar limpia y, en consecuencia, nuestra vida respaldará nuestros dichos.
Esto es precisamente lo que finalmente hizo aquel futbolista: pidió perdón a sus compañeros y les aseguró que a partir de ese momento nunca más le oirían proferir groserías. Así fue y, como resultado de ese cambio, varios recibieron a Cristo en sus corazones.

Recuerdo una experiencia similar cuando estudiaba para ser ministro evangélico. Conseguí empleo en una fábrica para cubrir los gastos de mis estudios y les dije a los compañeros de trabajo: "Me estoy preparando para el ministerio cristiano y les quiero pedir un gran favor. Si en algún momento ustedes notan que mis palabras, actitudes o conducta no cuadran con el camino de Jesucristo, les pido me lo señalen inmediatamente. Yo quiero madurar en el camino cristiano y parecerme cada vez más a Cristo. Ustedes pueden ayudarme marcándome cualquier falla."
Nunca olvido cómo estos amigos narraban sus trágicas anécdotas de sus adulterios y sus vidas pecaminosas; pero al mismo tiempo con gran facilidad me señalaban cualquier palabrita o reacción no cristiana. ¡Me ayudaron a madurar en mi vida cristiana sin ellos ser cristianos!