El paisaje era de película, el oeste definitivamente es una parte bellísima del país.
Estábamos muy entusiasmados y disfrutando a pleno de la semana que nos habíamos tomado, y pensábamos estar de vuelta en nuestros trabajos conforme a lo estimado. El día de la cita, llegamos súper temprano y éramos los segundos en la fila. En nuestros planes estaba terminar todo a más tardar a las 17 horas (horario en que cierran las oficinas públicas), y para la noche estar en Oklahoma City, ya que habíamos escuchado que era una hermosa ciudad para conocer.
Sin embargo, Dios tenía otros planes para nosotros. Tuvimos que recorrer varias oficinas para conseguir distintos papeles y regresar antes de las 17, y pudimos hacerlo muy bien. Lo que no calculábamos era que el sistema se iba a caer, y todas las computadoras estarían sin funcionar.
Hasta la misma gente que trabajaba ahí estaba sorprendida, porque esto era algo que no solía suceder en un país con tanta tecnología. A pesar de los inconvenientes, no estábamos tan angustiados, porque aún había un poco menos de una hora, y todos estaban seguros de que se solucionaría y terminaríamos nuestros trámites esa misma tarde. Cosa que no sucedió.
Yo personalmente me encontraba muy frustrada. Hacía bastante calor y ya teníamos todo listo para emprender el viaje de vuelta. Incluso ya habíamos entregado el departamento en donde estábamos parando.

Con vergüenza debo confesar que cuestioné a Dios: ¿Por qué si todo iba saliendo tan perfecto, ahora íbamos a tener que quedarnos una noche más en esa ciudad? Eso conllevaba que no podríamos recorrer Oklahoma City. Al día siguiente ya no íbamos a contar con tanto tiempo, y el regreso debía ser inmediato ya que necesitaba presentarme en mi trabajo.
Al siguiente día fuimos nuevamente a la oficina, y en menos de media hora habíamos finalizado todo, así que emprendimos el viaje de regreso a casa. Esta vez llegaríamos a Oklahoma City para el mediodía, y con mucha suerte (y si el tráfico lo permitía) podríamos almorzar allí.
Empezamos a manejar con mate de por medio y con buena música, y sin darnos cuenta entre charla y charla, se hizo la hora del almuerzo.

La autopista en la cual nos encontrábamos, que era de tres carriles, se empezó a achicar a dos, y luego a uno solo, haciéndose un terrible embotellamiento. Íbamos a paso de tortuga. Pensamos que quizás habría ocurrido un accidente. Yo estaba bastante concentrada en el tránsito, así que no presté atención al paisaje. Pero mi esposo, que iba en el asiento del acompañante, me dijo: “Ely, ¡mira qué raro ese barrio allá abajo!”
No podíamos siquiera distinguir qué era. Parecían casas, pero solamente quedaban las bases y los cimientos. Pensamos que quizás estaban en construcción, pero tenían una gran cantidad de basura y cosas alrededor. Hasta que de repente, avanzando en línea un coche atrás del otro, en el único carril habilitado vimos un surtidor de gasolina tirado al costado de la ruta, que casi era rozado por los autos que pasaban. Levanté la vista, y vi un cartel de Shell que se divisaba bien a lo lejos, quizás cinco o seis cuadras adelante.
Recuerdo que ninguno de los dos dijo una sola palabra, pero la piel de gallina llenó mis brazos y se me empezaron a caer las lágrimas.

El panorama era horrible, la autopista estaba en una zona bien alta y podíamos ver las huellas de los autos que se perdían hacia abajo, hacia el medio del monte o quién sabe hacia dónde. ¡Un terrible tornado había arrasado la ciudad la noche anterior! Parecía más una zona de guerra que el hermoso paisaje que contemplamos en el camino de ida.
Lo único que recuerdo claramente es que dijimos: “¡Gracias Señor! ¡Gracias! Tendríamos que haber estado ahí de acuerdo con nuestros planes, pero tú tenías planes mejores para nosotros."
Evidentemente Dios, por Su Infinito amor, cuidó la vida de esta pareja, retrasándoles un día los trámites....