Jesús está hablando desde la sabiduría perfecta del Padre. Él conoce nuestras necesidades y nuestras cargas, pero también conoce lo inútil que es vivir bajo el peso de la preocupación. La preocupación no cambia el futuro. solo roba la paz del presente.
Gastamos horas, días o semanas pensando en “que va a pasar”, “como vamos a resolver esto”, o creando situaciones hipotéticas de lo que creemos que podría suceder, todo para darnos cuenta de que no cambio nada y todo sigue igual.

Nos cuesta entender que hay situaciones o momentos que escapan a nuestro control, que solo Dios tiene el poder para manipular. Mucho de lo que nos angustia ya está definido por el Señor. Él conoce cada segundo de nuestra vida, cada lágrima, cada meta, cada caída y cada victoria. afanarse es, en el fondo, dudar de que Dios tiene el control.
Y es en esa realidad donde la fe se vuelve necesaria. porque si no podemos cambiar lo que ya está definido por Dios, entonces solo nos queda una opción sabia: confiar en Él.
Dios no espera que cargues con todo. Al contrario, nos invita: “vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso” (Mateo 11:28). No fuimos llamados a vivir con la mochila de la preocupación al hombro. Fuimos creados para caminar livianos, con propósito, sabiendo que las promesas de Dios están activas y no fallan. Cuando entendemos esto, empezamos a vivir diferente, no porque todo esté perfecto, sino porque nuestra seguridad no depende de lo que vemos, sino de aquel que lo sostiene todo.
Confiar en Dios no significa desentenderse de la vida. Significa vivir enfocados, sin distracciones, sabiendo que, si Él lo prometió, Él lo hará. Dejemos de perder tiempo en conjeturas y empecemos a sembrar en nuestro propósito.
Dios tiene un plan. Nosotros tenemos una tarea. Y las promesas ya están sobre nuestra vida.
Hoy hay una invitación a soltar todo aquello que nos carga. Vivamos confiados, creyendo y con propósito. No perdamos tiempo con aquello que no podemos cambiar y enfoquemos nuestras fuerzas en vivir en el propósito que Dios nos llamó.