La fe de Moisés se tradujo en un amor apasionado, entregado y sacrificado por su pueblo.
Nunca el desaliento hizo presa en Moisés. Muy al contrario, oró incesantemente por el pueblo que no lo entendía, con la inquebrantable conciencia de que Dios estaba en medio de él, sufriendo con él, suscitando conciencia, sembrando el anhelo de la libertad.
La fe de Moisés les hizo ver al pueblo que Dios es el gran compañero, que está siempre con su pueblo, con la comunidad de noche y de día, todo el tiempo, en todos los caminos, por muchos que fueran, a veces, caminos de extravíos y de pérdida (Ex 13, 17-22). Moisés no se quebró por dentro, su fe en Dios, lo mantuvo entero en su interior y en sus argumentos: Dios, decía no va a “mostrar su gloria” con vosotros porque sois gente especial, sino porque sois oprimidos (Ex 14, 15-18). ¿Cuál era la fuente de la que brotaban las opciones de Moisés, su amor fiel a Dios y su inquebrantable solidaridad con el pueblo? Es su hondísima experiencia de adhesión a Dios. Moisés conectaba con Dios en la tienda del encuentro, mientras el pueblo acompañaba esta visita, prosternándose cada uno a la entrada de su tienda. Dios hablaba con Moisés “cara a cara, como habla un hombre con su amigo” (Ex 33, 7-11).
Esta será la fuente y la fuerza para arrostrar cualquier clase de dolor y de amargura; este será el secreto del vigor que siempre acompañará la difícil vida de Moisés. En ese encuentro, la intercesión por el pueblo tocará lo más básico de la necesidad comunitaria: necesitamos, dice Moisés, que siempre vengas con nosotros. “¿En qué se conocerá que yo y tu pueblo hemos obtenido tu favor, sino en el hecho de que vas con nosotros?” (Ex 33, 12-17).