Comenzó diciendo: “Ser cristiano es muy difícil y hay que pagar un precio para el que no estoy dispuesto. Primero, tienes que cuidar tan celosamente tu integridad que yo no me siento capaz de alcanzar ese nivel.
Segundo, hay que guardar reglas que no tienen sentido como condenar a dos personas adultas por tener sexo si las dos lo desean.
Tercero, tienes que sacar tiempo para asistir a la iglesia, para leer la Biblia y estudiarla, para practicar la oración y como si fuera poco te tienes que aguantar la burla de mucha gente… y siguió.
La conclusión que yo saco, es que estamos en una cultura donde todo gira en torno a un tipo de individuo que solo busca su propio placer, su propia felicidad y que todos los medios que se usen para lograrlo se justifiquen por más inmorales que sean.
Por eso, para esta cultura, el cristianismo se convierte en un gran obstáculo moral porque le dice “NO” a todo lo que es divertido para esta gente.
Esta cultura (por no decir el diablo) le ha cegado el entendimiento a mi amigo para poder ver los beneficios emocionales y físicos que vienen de quien mejor sabe sobre cómo funciona este “aparatejo” llamado ser humano.
Pero particularmente el pecado sexual parece ser el factor determinante de la incredulidad de esta cultura.
De allí la gran importancia que cobran hoy las palabras de Pablo: “No vivan como los que no conocen a Dios, porque ellos están irremediablemente confundidos. Tienen la mente llena de oscuridad; vagan lejos de la vida que Dios ofrece, porque cerraron la mente y endurecieron el corazón hacia él. Han perdido la vergüenza. Viven para los placeres sensuales y practican con gusto toda clase de impureza.” (Efesios 4:17-19)