Un amigo, hombre culto y agudo, acostumbrado a vivir entre libros y con un par de títulos universitarios —es psicólogo y sociólogo— me dijo un día, casi con tono paternalista: —Marcelo, la Iglesia evangélica no es para vos. Dejate de embromar. Hay demasiada mediocridad alrededor de los evangélicos.