¡Deja de buscar a Dios por tu necesidad y satisfácelo con tu oración!

El pastor David Cañas citó la palabra cuando Ana oró a Dios (Samuel 1:1 17) Había un hombre de Ramataim, de Zufi, de la región montañosa de Efraín, cuyo nombre era Elcana hijo de Jeroham, hijo de Eliú, hijo de Tohu, hijo de Zuf, efrateo. Tenía dos esposas: una se llamaba Ana y la otra Penina. Penina tenía hijos, pero Ana no.

Año tras año este hombre subía desde su ciudad para adorar y ofrecer sacrificios al Señor Todopoderoso en Silo, donde Ofni y Finees, los dos hijos de Elí, eran sacerdotes del Señor. Cuando llegaba el día en que Elcana tenía que ofrecer el sacrificio, daba porciones de la carne a su esposa Penina y a todos sus hijos e hijas. Pero a Ana le dio una porción doble, porque la amaba, y Jehová no le había cerrado la matriz. Y como Jehová había cerrado la matriz a Ana, su rival seguía provocándola para irritarla.

Esto sucedía año tras año. Cada vez que Ana subía a la casa del Señor, su rival la provocaba hasta que ella lloraba y no quería comer. Su marido Elcana le decía: «Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Por qué estás desanimada? ¿Acaso no soy yo más para ti que diez hijos?»

Un día, cuando habían terminado de comer y beber en Silo, Ana se levantó y vio que el sacerdote Elí estaba sentado en su silla junto al poste de la puerta de la casa del Señor.

En su profunda angustia, Ana oró al Señor, llorando amargamente. E hizo este voto: «Señor de los ejércitos, si te dignas mirar la aflicción de tu sierva, y te acuerdas de mí, y no te olvidas de tu sierva, sino que le das un hijo, yo lo dedicaré al Señor todos los días de su vida, y nunca más pasará navaja por su cabeza». Mientras ella oraba continuamente al Señor, Elí observaba la boca de ella.

Ana oraba en su corazón, y sus labios se movían, pero su voz no se oía. Elí pensó que estaba borracha. y le dijo: "¿Hasta cuándo estarás ebria? Deja el vino”. —No, señor mío —respondió Ana—. Yo soy una mujer muy angustiada. No he bebido vino ni sidra, sino que he abierto mi alma al Señor. No tomes a tu sierva por una mujer malvada; yo he estado orando aquí debido a mi gran angustia y dolor”.

Elí le respondió: «Ve en paz, y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido».

Ella dijo: «Que tu sierva halle gracia ante tus ojos.» Luego se fue y comió, y su semblante ya no estaba abatido. Al día siguiente se levantaron de madrugada, adoraron al Señor y regresaron a su casa en Ramá. Elcana se unió a su esposa Ana, y el Señor se acordó de ella.

Al cabo de un tiempo, Ana quedó embarazada y dio a luz un hijo, al que llamó Samuel, diciendo: «Porque se lo pedí al Señor».

El pastor declaró: el secreto de Ana no estuvo en la elocuencia de sus palabras, sino en su rendición, porque ahí estuvo la respuesta. Mira el poder de la oración: cuando se quejó, nada sucedió, pero cuando oró, el milagro ocurrió. Ana dijo: "Voy a cambiar el enfoque de mi oración. Hoy yo estoy dispuesta a darte mi vientre. Te entregaré a mi hijo para que tú lo críes. Hoy vengo como tu sierva para atender a tu necesidad.

Con esta oración, veo a Dios diciendo: hay alguien que me está buscando para satisfacerme a mí, para complacerme. Trato hecho, lo que tú estás pidiendo te sea concedido”. El Señor te dice: "Una oración que me da el primer lugar a mí es lo que quiero". Si Dios no te ha contestado tus oraciones, es porque estás errando en el enfoque.

Deléitate en Jehová porque cuando tú aprendas a deleitarte, Él te concederá las peticiones de tu corazón. (Salmos 37:4).

El pastor, David Cañas declara al pueblo: “Hoy Dios da esta palabra porque quiere darte respuesta. Eres importante para Dios. Y aunque llegue al punto final no quiere decir que la fiesta terminó. Vas a celebrar una victoria de parte de Dios”.

Centro Cristiano de Avivamiento, Resistencia, Chaco, Argentina

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