Tu alabanza agradece a Dios

Una alabanza a Dios debe tener como propósito el reconocimiento de Su grandeza y Su majestad. Lleva en sí misma, la convicción de que Dios es real y merecedor de toda gloria. La reverencia es parte de la alabanza porque surge de un corazón convencido de la santidad y la magnificencia del Dios a quien rinde alabanza.
 
La alabanza genuina se da en el contexto del reconocimiento del amor de Dios y de la gratitud del que se sabe amado y perdonado. El corazón agradecido que sabe que su salvación proviene de un Dios amante que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, no puede menos que adorar y alabar a quien le salvó.
 
La alabanza fluye también del corazón que se deleita en la creación y en su Creador. Así lo expresaba David en el Salmo 8, “¡Oh, Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos; … Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?”
 
En una ocasión, mientras oraba y mi mente divagaba por los senderos del sueño, dije unas palabras que me sobresaltaron, “alabando con conciencia”. De inmediato me di cuenta que Dios me estaba diciendo que debía estar consciente de las palabras que le decía y no estar en un modo de repetición que solo decía las palabras por rutina.
 
Exaltarle, bendecirle, agradecerle, reconocerle como nuestro Dios todopoderoso, lleva a nuestra alma a ese lugar donde cada palabra que decimos, cada cántico, cada alabanza va impregnada de humildad, de la alegría de conocerle, del temor reverente que proviene del reconocimiento de su majestuosidad y su grandeza.
 
 “Sea llena mi boca de tu alabanza, de tu gloria todo el día.” Sal. 71:8
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