Jesús quiere actuar, por medio tuyo

Creo —sin una pizca de duda— que, como cristianos, tenemos en nuestras manos el antibiótico que esta sociedad enferma necesita. Pero debemos reconocer con humildad que lo usamos muy poco. Si abres bien los ojos y prestas atención a lo que pasa en tu barrio, vas a descubrir que estás rodeado de mucho dolor humano.

 

Hay una anciana que, tras la muerte de su compañero de toda la vida, se ha enfermado de tristeza. Cruzando la calle, una familia con tres niños pequeños trata de sobrevivir desde que el padre se quedó sin trabajo. Y al lado de tu casa, dos hermanas mayores están a punto de ser desalojadas por no poder pagar el alquiler. Los casos siguen. Aunque algunos vecinos te sonríen al pasar, más de uno lucha contra una depresión que los está quebrando por dentro.
 
Nosotros tenemos la lámpara que puede alumbrar en medio de tanta oscuridad (Mateo 5:14). Tenemos el GPS que indica con claridad el camino correcto (Juan 14:6). Llevamos en nuestro interior al Dios que tiene poder para sanar las heridas más profundas. Pero… seguimos inactivos. Indiferentes.
 
 
Como si no tuviéramos nada para compartir. Nos conformamos con nuestra propia salvación, como si eso bastara. Y, sin darnos cuenta, nos volvemos egoístas.
Alguien podría decir: “Yo no puedo salvar al mundo”. Es cierto. Pero recordá esto, hermano o hermana en la fe: desde el momento mismo en que entregamos nuestra vida a Cristo, contraemos un compromiso ineludible con las necesidades de nuestro prójimo. No es una opción; es una misión.
 
El mismo Jesús lo dejó claro: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y el más grande mandamiento. El segundo es igualmente importante: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:37-40 NTV).
 
La creación entera “anhela ardientemente la manifestación de los hijos de Dios” (Romanos 8:19). Pero nosotros, los hijos, nos hemos adormecido. Estamos presos de la comodidad, paralizados por la vergüenza, temerosos de ser rechazados o señalados por vivir nuestra fe.
 
¿Quién será la voz de esperanza en medio de tanto grito de angustia? ¿Quién será las manos del Padre para acariciar al solitario? ¿Quién llorará con los que lloran y se detendrá, como el buen samaritano, frente al caído?
 
Dios quiere actuar. Pero lo hará a través de nosotros. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo”, y ese amor no fue dado para ser almacenado, sino derramado también sobre otros.
 
Sin exagerar: alguien, quizás al lado de tu casa, está a punto de empuñar una pistola… y vos podés quitársela y cambiarla por una Biblia. Nunca subestimes el poder de una palabra, de una visita, de una oración sincera. Podés ser ese puente que une la desesperación con la esperanza.
 
“¡Despiértate, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo!” (Efesios 5:14).
No es momento de callar. Es hora de que se manifiesten los verdaderos hijos de Dios.
 
Por Marcelo Laffitte

Suscríbete a nuestro boletín de novedades

Te vamos a comunicar lo más destacado.
Solo una vez por semana te enviaremos notas seleccionadas de nuestra web.