Creo —sin una pizca de duda— que, como cristianos, tenemos en nuestras manos el antibiótico que esta sociedad enferma necesita. Pero debemos reconocer con humildad que lo usamos muy poco. Si abres bien los ojos y prestas atención a lo que pasa en tu barrio, vas a descubrir que estás rodeado de mucho dolor humano.